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Hoy es el día

Después de seis meses de escribir mi primer novela, hoy es el día en que recibiré comentarios por parte de mis compañeros. Estoy nervioso. Estoy triste. Estoy melancólico, asustado. Pero también estoy emocionado, me siento fuerte, como si algo estuviera creciendo dentro de mi pecho.

Ayer en la noche me enteré de la muerta de Fernando del Paso. Sentí feo. Cada vez que muere un escritor es como si se apagara una vela en este obscuro mundo. Pero creo que su luz se eleva a las estrellas. Sé que los escritores brillan desde la eternidad. Pero duele.

Hoy que mis amigos van a criticar mi primer borrador, me siento el menos escritor de todos los escritores que conozco. Como si hubiera empezado ayer. Como si mis palabras estuvieran escritas con un lápiz muy delgado, y a mi lado veo a todos mis maestros y maestras, a todos mis compañeros crecer, alzarse, mantenerse firmes, mejorar con el tiempo. Son como árboles. Yo soy una ramita en invierno. Una rama que recibe las primeras nieves intentando no romperse.

Hoy, mientras me desnudaba para entrar a la regadera, ví por la ventana que comenzaba a nevar. La primer nieve de este invierno prematuro. El otoño nos duró una hoja. El invierno se desploma como lámina de acero. Cae. Cae como la muerte de Del Paso. Cae como la tranquilidad de las tardes frescas y soleadas.

Y camino a la escuela, mientras las llantas viejas de mi carro se deslizaban por la carretera, recordé que hoy me tocaba escuchar los comentarios de mis compañeros. Sé que serán generosos. Lo han demostrado en muchas otras ocasiones. Siempre que leo se acercan a decirme que les gustó mi poema o lo que sea que haya leído. Son generosos e inocentes como solo los gringos pueden ser. Lo nuevo les brilla, les atrae. Serán generosos hoy con mis personajes. Conmigo. Pero yo quiero curtir a mis personajes. Quiero ponerlos desnudos en la carretera cuando caigan las primeras nieves. Quiero cortarlos con la lámina de acero del invierno que cae. Quiero que sean sal que limpia las carreteras. Quiero que sean vidrio de accidente de carros en una avalancha por ir manejando distraídos con el celular. Quiero que sean sangre en los pies de un bailarín. Quiero que sean reflejo nítido, puro, cristalino. Quiero que sean espejo. Quiero que sean blancos, azules, pálidos. Quiero que sufran por su propia existencia. Que se corten la cara al rasurarse. Quiero que les pese y les lastime vivir. Quiero que sean afilados como navaja que refleja. No quiero que mis personajes sean selfies. Quiero que sean sangre. Que sean nosotros.

Y en el camino, pensé invocar el espíritu de Del Paso. Ya lo puedo llamar con mi pensamiento mágico. Invocarlo, invitarlo a que se siente y escriba conmigo. Pero si lo hago, también quiero invocar a otros. A los de siempre y a los nuevos. Que me acompañe la bravura de mi iguana. La fría violencia de Hemingway. Y ya con un trago, que vengan los Beat a golpear mis teclas. Las imágenes bizarras del Almuerzo Desnudo de Burroughs, sus hipopótamos que se cocieron en los tanques. Que me acompañe el afilado bisturí de Chejov, para retratar detalles de las arrugas de la cara que muestran heridas del pasado. Que venga Borjes y me ayude a descifrar espejos. Que Neruda corte una cebolla y se siente frente al plato. Le pediría al constante cronopio que me pase las instrucciones para llorar mientras te editan. A Wilde que me diga con una sonrisa si mi intento de Dorian Gray es remotamente atractivo. Que me ayude Morrison con el maldito setting. Es tan transparente John, el protagonista, que no quiero que se desvanezca sino que corte. Tienen que ser espejo. Tienen que ser nieve, cristal, ángeles de Gingsberg, androides de Philip K Dick, exploradores de Kipling, inventores de Verne, burócratas de Kafka, amantes de Murakami. Tienen que exhalar un vapor ligero cada vez que hablan. Tienen que ser como esa imagen del pájaro que eleva nubecitas de vapor cuando trina. La brisa de Kawabata, los atardeceres de Lafcadio Hearn. Pero sobre todo, los nudos de la mente de Bernhard. La Corrección de Bernhard. La desesperación de la buhardilla de los Holler. El desencanto de Houellebecq, de Kundera, de Guadalupe Nettel.

Ya, chinga, que vengan todos a escuchar lo que me hicieron escribir.


Hoy es el día. De escritor no tengo nada, mas que lo que he escrito.

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