Odio los poemas narrativos. No sé porqué. Odio. Y créanme que hago el esfuerzo, pero me aburren. Y créanme que les encuentro eso que le llaman valor estético, o lo que sea que haya que encontrar en un poema. Pero, por ejemplo, éste, ya me cagó. Me caga cuando siguen una línea de pensamiento. Solo una. En cambio, un poema acerca de lo que piensa el chimpancé que se llamaba Elvis acerca de Jane Goodall, o como se escriba, un poema que hable de las mandarinas un poema que hable de la imposibilidad que tengo de transmitir como un televisor un poema, que se haya terminado antes de haberlo escrito que brinque como las líneas negras horizontales del televisor cuando era niño que cruzaban las caras del tío Gamboín y sus manotas como las manotas del chimpancé Elvis, un poema, por ejemplo que hable del miedo, del miedo que sentía cada noche, cuando vivía con Jessica, un miedo que no sé a la fecha describir, que no sé expresar, y que no era un miedo hacia ella, aunque al final ella terminó agrediéndome, pero me refiero a un poema que hable del miedo, sin hacerme sentir expuesto, vulnerable, como un chimpancé en Tanzania, un poema que hable de Tanzania, de la puta Malaria, del miedo que surgió aquella noche, un poema, decía, que hable del miedo que sentía cuando dormía Tanzania, Philadelphia, noches de sudores que empapan la almohada pero que no muestre a Jessica como un monstruo, porque le prometí que jamás pensaría eso de ella, y un poema que me permita sentir que ya dije lo que quería, no una lista, para listas el poema de “Un Pedazo de Sándwich Frío” pero ahora que lo busqué para copiarlo y pegarlo aquí ya no estaba. Pegar, y ya no estar. Pegar e irse, pero ese poema ya se escribió hace rato.
El poema que quiero escribir es acerca de la lista que escribí acerca de los poemas que quiero escribir. Un poema acerca de cuánto me maman mis poemas y como creo que nadie los aprecia como creo que deberían. Un poema del miedo sin: evidenciar tanto a Jessica Sin sentirme vulnerable (o sí, pero lo suficientemente cómodo para cantarlo frente a la gente) Un poema acerca del metal Dientes de perla, labios de carmín Cuando escribí metal, me refiero al metal, no al metal de uuuuuugh y pelos largos. Metal, metal, el sabor a sangre en la boca, pues. No a la música. No hay música en este poema. Acerca de las mascotas que he perdido. Acerca de mi nuevo depa y la actitud de apertura con la que me voy a Colorado. Un poema acerca de cómo me frustra pensar más rápido de lo que mi mano escribe. Un poema acerca de cómo tengo ideas geniales que nunca puedo bajar al papel. O de como empiezo a escribir de una cosa y nunca llego realmente a decir eso que quería. Un poema para Elvis Presley y una guitarra rota y un vaso vacío de agua. Un poema a las coladeras. A los pelos atorados en las coladeras de un depa que compartí con un tipo que sentí que me iba a matar solo por ser yo. Un poema a la tapa de baño de un hotel de lujo. Un poema que hable de la sensación de comodidad que dan los lugares limpios y bien iluminados. Cáscara de nuez. A un autómata. Un poema que exprese mi capacidad para matar mosquitos de un solo aplauso y a veces sin ver. Un aplauso sin ver. Como Elvis. Es decir, que me ayude a decir trauma, sin decir trauma. Un mosquito sin miedo va en él. Muy seguro de ser gran timonel. Un poema donde mencione el shock de haber descubierto la cara de una compañera de primaria en la portada de una revista de mascotas de la ciudad donde crecí. Y que no nombro por alguna razón. Más triste y más culpable. Un pétalo. Ya mencionamos los labios carmín. Del chimpancé. Que fue picado por un mosquito, que era el capitán del barco, de las cáscaras de nuez rotas en el piso del departamento, y que la terapeuta nunca logró interpretar como Elvis interpretaba Aceite 1-2-3 de cocina. Y el vaso vacío aún conserva las marcas de los labios de Jane Goodall quién sería amante de Elvis, en el departamento donde se escribió este poema antes de que pasara todo esto.
Espero haber escrito un poema narrativo.

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